Si bien existen antecedentes del cultivo de la vid antes de 1730, éste no tenía la relevancia que había adquirido en islas como Tenerife, teniendo más bien una presencia marginal.
 
La erupción de 6 años del Timanfaya, sin embargo, lo cambió todo. Cambió la fisonomía del centro-oeste de la isla, cambió el suelo e hizo descubrir a los agricultores de la isla que el rofe (ceniza volcánica) sería la herramienta que les permitiría cultivas viñedos únicos, con una producción también única de vinos.
 
Cultivos donde destaca por encima de cualquier otra uva la malvasía volcánica pero dónde también se han conservado la listán blanca y negra o la vijariego, uvas arrasadas en el continente europeo y el Mediterráneo tras la plaga de filoxera de finales del XIX y principios del XX.
 
El lagar de El Grifo se construye en 1775, apenas 40 años después de terminar la erupción, para satisfacer la demanda de producción de vinos dada la creciente producción de la zona de Masdache y La Geria.
 
Solo hicieron falta 4 décadas para reformar y transformar lo que fue destrucción y desolación se convirtiera en un paisaje único, hoy espacio protegido y aspirante a convertirse en el sexto Patrimonio de la Humanidad reconocido en Canarias.
 
Lanzarote merece ese reconocimiento.
 
Y La Geria merece la máxima protección, así como sus viticultores y viticultoras, porque son quienes atesoran la cultura, la tradición y el saber hacer desde 1736. Más allá de la llegada de la electricidad, el turismo, los coches, Internet o el teléfono móvil debemos recordar también desde dónde venimos y mirar desde una óptica de orgullo a aquellos y aquellas que nos precedieron.